El 14 de agosto, nuestra Iglesia católica conmemora a un destacado testigo del Evangelio y ferviente devoto de María Santísima: San Maximiliano María Kolbe, quien era franciscano de la rama conventual. Su martirio tuvo lugar en el campo de concentración de Auschwitz, en Polonia.
La razón de su sacrificio fue su valiente decisión de sustituir a un condenado a muerte. Los nazis habían decidido que un grupo de prisioneros debía ser ejecutado, y uno de ellos, angustiado por la perspectiva de no volver a ver a su familia, se quebró en llanto. Conmovido por su sufrimiento, Maximiliano María pidió de manera extraordinaria tomar el lugar del condenado.
El método de tortura y ejecución que enfrentaron estos prisioneros fue horrendo: los mantenían privados de comida y agua, condenándolos a morir de hambre y sed sin ningún tipo de socorro. El acto de Maximiliano María está lleno de heroísmo, misericordia y grandeza, convirtiéndose en una de las historias más gloriosas del Evangelio del siglo XX.
Es de destacar un aspecto muy especial y significativo, de su martirio. Durante esos días en los que el campo de concentración se transformó en un auténtico infierno de dolor y desesperación, Maximiliano continuó con su vocación religiosa y sacerdotal. Aunque no tenía una parroquia, universidad, colegio, hospital o asilo, él convirtió esa prisión en un verdadero hospital espiritual, una escuela de amor a Cristo, un lugar santo de predicación y oración. A medida que sus compañeros iban muriendo debido a las condiciones atroces, Maximiliano los consolaba, ayudaba, predicaba y asistía en sus últimos momentos.
Finalmente, cuando él quedó solo, su prolongada vida en esas condiciones extremas pareció tener un carácter sobrenatural. Los verdugos, cansados de esperar su muerte, optaron por inyectarle veneno, terminando así con la vida de uno de los más grandes testigos del Evangelio en el siglo XX.
Es de destacar, cómo aquel que entrega su vida, aquel que da vida a los demás, es quien más vida tiene. San Maximiliano María dedicó su vida a dar vida a sus compañeros en la prisión, y así, su vida se convirtió en un testimonio profundo de lo que significa vivir verdaderamente. Es una lección importante para nosotros, a menudo demasiado centrados en nosotros mismos. Recordemos a Maximiliano y la enseñanza del Evangelio que dice: “Si el grano de trigo no muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto”.