Mis hijos no me obedecen…
Cuando de educar se trata, el ideal de padres es que los hijos tengan una consciencia clara de la virtud de la obediencia. Desde que están pequeños el decirles un simple “no” bastará para que actúen al instante, pero la realidad es que no vienen con el chip incluido de obedecer, y eso es porque cada individuo desarrolla su propia voluntad, y depende de la educación en casa para que aprendan a usar su libre albedrío hacia lo correcto.
Para ello, es importante que los padres ejerzan correctamente su autoridad, principalmente por el bien de los hijos porque los educa y ayuda acrecentar su autonomía, responsabilizándonos. De lo contrario cuando no hay autoridad razonable, es muy probable que los hijos no crean necesario obedecer ni a sus padres ni a ninguna otra autoridad. Ahora, son muchos las causas que provocan actitudes de rebeldía y desobediencia en los hijos, de ahí la queja más frecuente –principalmente- en la madre de: “mis hijos no me obedecen”, y esto inicia desde pequeños, después de los 3 años cuando comienzan con el tan molesto para los papás la edad del “no”.
Desde entonces los padres tienen la autoridad para influenciar de manera positiva en los hijos, aunque sólo hay verdadera autoridad si se ejerce con una disposición de servicio a los hijos en su proceso educativo, que implica el poder de decidir y sancionar, no de dominar. ¿Cómo? Reflexionando lo siguiente:
1) Autoritarismo
La autoridad educativa es un servicio de mejora para los hijos, su finalidad es servir, no dominar. Así que no se trata de la prepotencia de mandar con un ”porque lo digo yo”. No basta dar órdenes o decir lo que ha de hacer un hijo. Se le debe explicar el por qué de las cosas. Además, cuando se trata de mandar o corregir alguna conducta, no es tanto el qué, si no el cómo, por lo que se sugiere hacerlo con cierta serenidad, sin cólera, gritos, reproches o tono insultante.
No es necesario que te conviertas en un dictador para lograr la obediencia, si bien puede funcionar, pero los hijos lo harán por miedo, obligación y/o chantaje, y no por decisión personal, libre y responsable del propio hijo. También como padres se gana prestigio o desprestigio ante los hijos, y esto es principalmente por el modo de ser y el respeto hacia los demás, empezando por los de casa. Así que piensa en qué cosas es necesario ser exigentes y en qué cosas no. En qué se debe proceder con firmeza y en qué aspectos se puede ser flexible. Y cada vez que vayas a corregir, procura que la sanción sea proporcional a la falta.
2) Abandonismo
Tener autoridad es necesario, pero no es suficiente para ejercerla correctamente, se requiere determinación y consciencia del bien que se le hace al hijo al educarlo. De lo contrario cuando debilitan la autoridad como padres por miedo erróneo de traumatizar a los hijos al exigirles, al compadecerte y decir “pobrecito cómo le voy a decir que no”, el ceder a caprichos, es negarse a poner límites y normas, provocando con ello serios problemas en su educación.
Otra forma de abandono de la correcta autoridad es cuando se manda mucho y a destiempo. Que la mamá se la pasa repitiendo órdenes, cuando de manera impaciente quiere ver los resultados a corto plazo, pierde el control y lo hace de mal modo; es en estos casos cuando los hijos se acostumbran a los gritos, repeticiones y a las amenazas acumuladas. Se crean su propia concha, volviéndose impasibles a los enfados de la madre. Evita a toda costa el abandonar tu autoridad y prestigio como tal. A mayor edad de los hijos, más se le debe orientar, hacer pensar, exigir autonomía y responsabilidades. Sin que por ello disminuya la necesidad de corregir. Otra sugerencia, es que pienses antes de sancionar, y luego ser firmes, sin dejar de ser flexibles.
3) Estímulos
Es curioso pero los premios, son parte de ejercer una buena autoridad educativa. Como los premios no son tan mencionados en estos casos, suelen aprovecharse menos. Cuando sus posibilidades de estimular al hijo son enormes. Cuando hablamos de regalos, existe uno que es esencial: el amor de los padres, el cual no sólo debe estar en los premios, sino también en la correcciones.
Al premiar se está aprobando un comportamiento o una tarea encomendada bien hecha. Los padres premian con las actitudes, gestos, miradas, buen humor, comentarios, etc. En la sanciones, después de que se explica al hijo antes y después, deben mostrarle un gesto de amor.
Por último, recuerda que amar al hijo es educarlo. Proverbio 3:11-12 nos dice: “Hijo mío, no desprecies la disciplina del Señor, ni te ofendas por sus reprensiones. Porque el Señor disciplina a los que ama, como corrige un padre a su hijo querido”.