Ante las crisis y dificultades de la vida la opción no es tomar el camino del rencor, la ira o el deseo de venganza, pues este lleva a experimentar humillación, fatiga, sinsabor y culpa. La senda correcta es imitar a Jesús, practicando la mansedumbre.
Hoy, las lecturas nos invitan a profundizar en el consuelo y la fuerza que solo Dios puede otorgar a quienes están agotados. La primera lectura, tomada del profeta Isaías (Is. 40,25-31), nos presenta a un Dios incomparable, cuyas fuerzas nunca se agotan. Él conoce los detalles más pequeños de nuestras vidas y, sin embargo, es tan grande que no pierde la visión del todo. Dios es aquel que, siendo infinito, se acerca a nuestra fragilidad humana sin perder su esencia. La imagen de un Dios que da fuerzas al cansado es un recordatorio de que nuestra agotada humanidad encuentra en Él el verdadero refugio.
Por otro lado, el evangelio de Mateo (Mt. 11,28-30) nos ofrece una invitación directa: «Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré». Jesús se presenta como el reposo que necesitamos, pero este descanso no es físico ni superficial. Jesús nos habla de un descanso profundo, que va más allá de las cargas cotidianas, porque toca las profundidades de nuestro ser. Es un descanso que sana el alma, que encuentra consuelo en medio de la tormenta emocional y espiritual. Pero para recibirlo, primero debemos reconocer nuestro cansancio y nuestra vulnerabilidad.
La invitación de Cristo es clara: Él se dirige a los que han experimentado el cansancio y la desesperanza, a los que se sienten abrumados por la vida. No se trata solo de un agotamiento físico, sino del peso emocional y espiritual que a veces nos consume. Cristo nos llama a acercarnos a Él no porque estemos fuertes, sino porque estamos débiles. Es en ese reconocimiento de nuestra fragilidad donde Él puede ofrecer su alivio y fortaleza.
Este descanso que Cristo nos promete no es un escape de los problemas, sino una transformación interior que nos permite vivir con más paz y esperanza. Es un descanso que nos da la fuerza para seguir adelante, no porque estemos exentos de dificultades, sino porque hemos encontrado en Dios un refugio constante que renueva nuestra fuerza. Es un descanso que se convierte en fortaleza para el camino.
Hoy, reflexionemos sobre nuestras propias cargas. ¿Qué nos cansa? ¿Qué nos está agotando en este momento? Puede que estemos cansados de luchar, de esperar, de decepcionarnos. Pero Jesús nos invita a dejar nuestras cargas en sus manos, a confiar en Su compasión, que es infinita y siempre disponible.
Plegaria para hoy
Señor, tú que conoces nuestras fatigas y nuestras luchas, te pedimos que nos des la fuerza para seguir adelante. Ayúdanos a reconocer nuestras limitaciones y a acercarnos a Ti con confianza, sabiendo que solo en tu presencia hallamos el descanso y la paz que tanto necesitamos. Que tu compasión nos consuele y tu amor nos renueve. Te damos gracias, porque en medio de nuestras debilidades, Tú eres nuestra fortaleza. Amén.
Marynela Florido S. – Equipo de redacción.