Hoy, la liturgia nos invita a reflexionar sobre el consuelo de Dios, un consuelo que no es superficial, sino profundo, nacido de un amor incondicional y misericordioso.
El profeta Isaías nos transmite, en la primera lectura (Isaías 40,1-11), la voz de Dios que dice: «¡Consuelen a mi pueblo!». Estas palabras nos tocan el corazón porque revelan un Dios cercano, que no está distante ni ajeno a nuestros sufrimientos, sino que comprende nuestras miserias y nuestras caídas. Dios no es un juez distante, ni un ser abstracto que impone su voluntad desde un trono inalcanzable. Su compasión es real y tangible. Él sabe del dolor, de la lucha y de la fragilidad humana. En su corazón hay espacio para el consuelo, para la esperanza, para la restauración.
El consuelo de Dios no es un simple alivio pasajero. Es una invitación a un proceso de purificación, de aprendizaje, como nos muestra la experiencia del pueblo de Israel, que vivió el destierro como una dura prueba, pero también como una oportunidad para comprender que, por más que se hayan alejado de Dios, siempre hay un camino de regreso. Este proceso, aunque doloroso, tiene un propósito divino: devolver al corazón humano la gratitud y la humildad ante la grandeza de Dios.
El Evangelio de Mateo, con la parábola de la oveja perdida, (Mt. 18, 12-14) refuerza este mensaje. Para Jesús, cada uno de nosotros es valioso. Aunque el razonamiento humano podría sugerir que lo lógico es preocuparse por las noventa y nueve ovejas que no se han perdido, Jesús nos revela que la oveja perdida es tan importante como el resto, que la búsqueda, la pérdida y el hallazgo de esa oveja son la fuente de una gran alegría. Aquí se revela el corazón de Dios: su deseo no es que nadie se pierda, sino que todos se salven, especialmente aquellos que, por sus propios errores, se han alejado de su camino.
Hoy, entonces, nos encontramos con una llamada a la esperanza y a la confianza. Cuando nos sentimos perdidos, cuando nos hemos desviado, cuando nuestros corazones se llenan de dolor o de arrepentimiento, recordemos que Dios nos busca con amor. Él está dispuesto a recorrer el camino que sea necesario para encontrarnos y devolvernos a su regazo. Así como el pueblo de Israel aprendió a ver la grandeza de Dios a través de sus caídas y sufrimientos, nosotros también podemos encontrar en nuestras propias debilidades la oportunidad de experimentar su misericordia.
Plegaria para hoy
Señor Dios, te damos gracias por tu amor incondicional. Gracias porque no nos dejas en el abandono, sino que siempre estás dispuesto a consolarnos y a levantarnos. Hoy, en nuestras luchas y sufrimientos, queremos abrir nuestros corazones para recibir tu consuelo. Te pedimos que nos des fuerza para afrontar las pruebas con fe, sabiendo que cada dificultad es una oportunidad para crecer en humildad y gratitud hacia Ti.
Te rogamos, Señor, que busques a cada una de tus ovejas perdidas, que nos envuelvas con tu compasión y nos devuelvas a tu casa. Que, en el proceso de perder y recuperar, aprendamos a valorar lo que realmente importa: tu amor y tu misericordia. Ayúdanos a seguir el ejemplo del buen pastor, que no se cansa de buscar, de perdonar, de restaurar.
Que tu consuelo sea para nosotros un refugio y una fuerza renovadora. En tu nombre confiamos, Señor. Amén.
Marynela Florido S. – Equipo de redacción.