La restauración de la salud y la fe como medio para acceder a la plenitud de Dios; de eso nos hablan hoy las lecturas; dos aspectos cruciales que se entrelazan profundamente en la vida de todo cristiano. En el profeta Isaías, encontramos la promesa de que los ojos de los ciegos verán y los oídos de los sordos escucharán. Esta restauración no es solo física, sino profundamente espiritual. Dios no solo sana el cuerpo, sino que, a través de esa sanación, abre nuestros corazones y mentes para que podamos escuchar su palabra y ver con los ojos de la fe.
La superación de la enfermedad y restauración espiritual “Aquel día, verán los ojos de los ciegos (Isaías 29,17-24)”.
La palabra «enfermedad» proviene del latín in-firmus, que significa «no firme». La enfermedad nos quiebra, nos hace tambalear y nos aleja de nuestro vigor. Sin embargo, Dios no solo se muestra como el que cura las dolencias físicas, sino como el que devuelve la firmeza al cuerpo y al alma. Esta restauración va más allá de la salud corporal, pues el milagro de la sanación también nos recuerda que el Dios que nos da la salud, nos invita a volver a Él, a caminar con firmeza en su amor y en su voluntad.
Así, en la primera lectura de hoy, Isaías nos muestra que la salud recuperada tiene un propósito divino. Los que antes no podían oír ahora escuchan, pero no solo para oír cualquier sonido, sino para escuchar la palabra de Dios. Esto nos recuerda que la sanación que Dios nos ofrece es un camino que nos acerca a Él, una invitación a conocerlo más profundamente.
La fe abre las puertas a la comunión con Dios
En el Evangelio de Mateo, Jesús sana a dos ciegos, pero antes de realizar el milagro, les pregunta: «¿Creen que puedo hacerlo?» (Mt 9,28). Esta es una pregunta esencial que resuena a lo largo de toda nuestra vida cristiana: ¿creemos que Dios puede obrar en nosotros? ¿Creemos en su poder para sanar, restaurar y transformar nuestras vidas?
La fe, en este contexto, no es solo un acto de confianza, sino la puerta por la cual podemos acceder al misterio de Dios. Es esa fe la que nos permite entrar en comunión con Dios y experimentar lo que Jesús nos prometió: la vida en abundancia. Cada uno de nosotros está llamado a tener esa fe que abre nuestras almas a los misterios de Dios, desde la Eucaristía hasta la oración más íntima. La fe, por tanto, es la clave que nos conecta con lo divino, y es, como nos recuerda el Evangelio, la única forma en que los milagros de Dios se hacen realidad en nuestra vida.
En este Adviento, un tiempo de espera y esperanza, es esencial pedir a Dios que aumente nuestra fe, que nos dé la firmeza para caminar en su luz y escuchar su voz. La puerta hacia el Reino de Dios está abierta, pero solo a través de la fe podemos atravesarla.
Plegaria para hoy
Señor Dios, te damos gracias por la firmeza que ofreces a nuestras vidas, por cada sanación que realizas, no solo en nuestros cuerpos, sino también en nuestros corazones y almas. Hoy, te pedimos con humildad: aumenta nuestra fe, haz que nuestra confianza en ti se fortalezca y que podamos caminar siempre más cerca de tu voluntad. Que nuestra fe no sea solo una creencia superficial, sino una apertura profunda a tu presencia, que transforme nuestra vida en un camino hacia tu luz.
Te lo pedimos por Cristo, nuestro Señor. Amén.
¡Que tengas un bendecido Adviento! 🙏✨
Marynela Florido S. – Equipo de redacción.