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LOS VERDADEROS TESOROS: CÓMO Y DÓNDE HALLARLOS

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En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «No atesoréis tesoros en la tierra, donde la polilla y la carcoma los roen, donde los ladrones abren boquetes y los roban. Atesorad tesoros en le cielo, donde no hay polilla ni carcoma que se los coman, ni ladrones que abran boquetes y roben. Porque dónde está tu tesoro, allí está tu corazón. La lámpara del cuerpo es el ojo. Si tu ojo está sano, tu cuerpo entero tendrá luz; si tu ojo está enfermo, tu cuerpo entero estará a oscuras. Y si la única luz que tienes está oscura, ¡cuánta será la oscuridad!»

Reflexión

Las palabras de Jesús en el Evangelio de hoy nos exhortan a guardar nuestros tesoros, nuestras riquezas en el cielo.
En primer lugar, las Palabras del Señor nos dan la certeza del cielo y de una vida más allá de este plano temporal , por esta razón hemos de procurar la santidad a la que nos llama Dios cada día puesto que la recompensa de una vida recta según la Ley de Señor (es decir, la recompensa de la santidad) es la vida eterna y Jesús nos muestra el camino hacia esa plenitud de vida, y esa senda la recorremos cuando nos preparamos mediante la escucha diaria de la Palabra de Dios, llevando a la práctica todas las expresiones de misericordia que nos pide el Señor, cuidando nuestra conciencia, luchando cada día por vencer el pecado y trabajando para el cielo mediante el servicio a nuestros hermanos por amor a Dios y sin esperar aplauso o recompensa alguna aquí en la tierra, pues el impulso para obrar el bien cada día, proviene de la esperanza cierta de trabajar por el bien mayor que es la vida verdadera en el Paraíso; esto nos lleva a darle, en nuestro corazón y en nuestra cotidianidad, el valor y el lugar que corresponde a la vida eterna.

En el pasaje del Evangelio de hoy, Jesús nos indica el camino para descubrir cuáles son los verdaderos tesoros y dónde encontrarlos cuando nos dice: “Donde está tu tesoro, allí está tu corazón”, y “La lámpara del cuerpo es el ojo”. De modo que hemos de ‘educar’ el corazón direccionándolo hacia la verdad, la pureza, la caridad, el amor según Dios, la misericordia, la humildad, la obediencia al señor y todas las virtudes propias del mensaje cristiano porque nuestro corazón es el origen de nuestros sentimientos, anhelos, búsquedas, decisiones; es donde residen nuestros afectos, inquietudes, proyectos y, en definitiva, revela la verdad de lo que somos; y ya que nuestro corazón, que se apega a sus tesoros, va tras ellos y arrastra toda nuestra vida hacia sus verdaderos afectos y pasiones,  entonces hemos de procurar que nuestro corazón esté por encima de los intereses inmediatos y pasajeros de esta tierra y que  sea un santuario donde habite Dios desde ahora, para poseerlo y habitar con Él en la eternidad.

¿Cómo hacerlo? La clave está en la expresión de Cristo sobre el ojo como “la lámpara del cuerpo”: Lo primero que descubrimos en esta expresión es que el ojo hace referencia a nuestra capacidad de discernimiento para diferenciar lo que es bueno, valioso y correcto de lo que es malo, despreciable, inútil e inapropiado. Necesitamos que nuestros ojos, iluminados por la fuerza de la Palabra de Dios que nos llega por la predicación, la escucha y la búsqueda diaria de su Voluntad en las sagradas Escrituras, nos llevan a encontrar, en el amor, la amistad y la unión con Cristo, en el desprendimiento de los bienes pasajeros de esta vida, en la donación plena por el Evangelio y en bien de nuestros hermanos, esos preciosos tesoros que valen para la vida eterna y a depositar esos tesoros en el cielo.

Marynela Florido S.

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